Gatos

Kuching, 30 de abril


No es que sean santos de mi devoción, pero hay que hacerles justicia. Mi única obligación de viajero pasaba por visitar un alejado museo de merecida fama: The Cat museum. Me llevó allí el recuerdo de una amiga algo gatuna (por eso de los arañazos a poco que te descuides) y la posibilidad de que hubiera algo digno de fotografiar. Quizás alumbrara también mi ignorancia con algún conocimiento relacionado con las gatas, tema siempre de sumo interés para mí dados mis gustos y aficiones; el modo siempre algo conflictivo de las relaciones, gozar de la compañía, pero atento a las uñas afiladas... que hay gatas muy, pero que muy malas. Me costó una hora de autobús llegar allí, pero mereció la pena, un promontorio desde donde se veía, lejos, la ciudad y las montañas vecinas. Cientos de gatos; los mininos, sus circunstancias, sus amantes, los artistas que les dedicaron su trabajo. Todo muy kitsch, encantadoramente atractivo.

Pero ante todo tener en cuenta la diferencia que hay entre una gata y su maullido. Aunque el hombre hubiera de esperar todavía seis días para ser nacido después de que fuera hecha la luz, es de suponer antes de todo que eso ya existiera en alguna parte del universo de Yahve, la fuerza que precede a toda creación, o mejor el canto, el gañido, el grito, la exhausta manifestación, la llamada que precede propiamente al hecho de engendrar. Es el eterno problema de qué fue primero si el huevo o la gallina; sin embargo es poco concebible el hecho en sí de engendrar sin el maullido que le acompaña, por lo que en el principio lo que verdaderamente debió ser, antes que la luz y toda la parafernalia que Yahve organizó, fue el maullido, la confirmación de que la vida estaba revolcándose ya en el ápice y en el interior de una pareja de seres gatunos. Y de ahí a afirmar que el maullido en sí constituye la conditio sine qua non, el punto de arranque de la creación del mundo, va un solo paso. Y como es necesario que cunda el ejemplo para que Caín, Abel y todos sus sucesores tengamos lugar en este mundo, probablemente al creador no se le ocurrió otra cosa que dotar a los maullidos de una descomunal fuerza, de manera que oírlo y tener necesidad inaplazable de engendrar se convirtiera para Yahve en la piedra angular que haría posible habitar con múltiples especies la desolación de la Tierra que había creado.

Y para más abundar en la radical importancia del maullido, con lo que ello conlleva, decir, que de la misma manera que la felicidad no puede ser nunca un estado, un lugar donde se llega, sino que la felicidad está en el camino, en la aproximación, en el momento que precede a eso que equivocadamente llamamos placer; pues de la misma manera, el maullido y todo lo que éste desencadena, más la lluvia de los otros estímulos que le acompañan, o que uno se imagina (ya que debemos circunscribirnos al elemento desencadenante que sólo recogen nuestros oídos), es el momento de la felicidad, el momento tras el cual llega la parafernalia, la música, el canto de las sirenas, el rugir de la tormenta y las olas.

Y abundar más todavía y decir que la capacidad del maullido, en la cercanías, de una minina conocida, para producir una revolución en la hipofisis puede llegar a superar la plasticidad, la capacidad líbica propiamente del encuentro no es nada exagerado. Misterios de la fe, pero es así, al menos para el gato que escribe.

Un gato, o mejor una gata, esencialmente es un animal que maúlla; evidentemente, y si no que lo digan al Freud; que maúlla o quiere maullar. Si junto a ello afirmamos que es el animal más bello del universo, el más elegante, el más armonioso, por fuerza la necesidad de rendir el debido homenaje.

En fin, que hay muchas razones para estar vivo, pero sin duda una de ellas es el hecho de que existan las gatas.

Así que no es raro que se produzcan aficiones exóticas tales como el ser coleccionista de maullidos. La de un servidor, por ejemplo. Si unos coleccionan sellos o monedas, ¿por qué no voy a coleccionar yo maullidos? ¿un bello álbum dentro de mi cerebro que recorrer con la imaginación en mis momentos de soledad, como quien contempla sellos exuberantes, obras de arte de la filatelia o la numismática? Argumento retórico por demás, ya que maullidos e imágenes no necesitan de nuestro asentimiento para instalarse allí al abrigo de la lluvia esperando el momento en que nuestras emociones, nuestro deseo, la libido, en fin, necesiten convocarlos.

¡Ay, y qué fuente de gozos, sutiles y entrañables, cómo quedan allí para en momentos de recogimiento, de oración candorosa y plañidera poder convocarles!. Poseer un buen número de estímulos e imágenes, y sobre todo maullidos, apunta lejanamente a ese espíritu filatélico de los apasionados por los sellos raros. ¿De qué demonios estaré hablando yo esta mañana? Ayer, sin ir más lejos, que bajo la techumbre de un refugio frente al mar en el parque nacional de Bako, en medio del temporal, sin tener nada que hacer, sólo el placer estético de la selva chorreando como una colada recién sacada del río, el mar oscuro, de acero, la playa con la pátina herrumbrosa del diluvio cubriendo el lienzo de este improvisado espectáculo selvático, bestial, la soledad por compañía, el cielo derrumbándose sobre el tejado de cinc de este acogedor refugio frente al océano, no sucedió otra cosa que me viniera al recuerdo el siempre estimulante, entrañable, querido, calor de ciertos maullidos que últimamente andan como enquistados en mi cerebro, apareciendo con frecuencia frente a popa como pequeñas islas paradisiacas llenas de palmeras y sofisticados rincones de placer; lugar propicio, música de maracas, panteón que ni venido al pelo para, estimulado por los gañidos en vaivén de olas viniendo a mi, propiciar mi recogimiento y mis oraciones en medio de esta naturaleza en donde el casi mítico proboscis juega entre las ramas de los grandes árboles; no noche oscura de alma, sino mañana gozosa de delicados matices, de veladuras al pastel, de suave aguada marina salpicada por las sombras oscuras de las gaviotas; los maullidos venían a mí como arrancados de las entrañas de la oscuridad, a veces desgarradores, procedentes de algún lugar impreciso, maullidos de gata en noches de luna llena, las ventanas de mi habitación el túnel acústíco por donde el plañir y el placer me recordaban, bajo un porche alojado en medio de la selva; que si una gran parte de nosotros es comunicación, otra parte importante es gozo y placer del propio cuerpo alumbrado por los ires y venires de la imaginación, por los ires y venires, muchas veces de las correduras nocturnas de alguna gata, sobre el tejado de cinc o arrumacada con su gato en eso que a mí tantas veces me parece puro estado de oración, arrobamiento y recogimiento en el sacro templo del deseo demorado. La tormenta, acompañada por timbales, metales, el serio fagot y la delicada irrupción de un clarinete, chorreaba benditamente sobre mis emociones en cuya caja de resonancia los maullidos tenían lugar.

Esta mañana, después de tanta escritura gatuna, cambié de planes, y en vez de ir directamente a Sulawesi y a las Molucas, para aterrizar en el reino de los papúas, hoy volaré a Singapur y haré el recorrido siguiendo la línea de las islas de Sumatra, Java, Bali, para saltar después a Nueva Guinea. Espero, no obstante, que en este solitario viaje al fondo de la noche (Celine), siga encontrando maullidos suficientes con que continuar acompañando mis oraciones. Que así sea.